Pasado el primer mal trago de Peñalara, tomamos el desvío
hacia las lagunas y vuelve la paz, dejamos atrás la marabunta de gente que se
concentra en el puerto de Los Cotos
A nuestras espaldas dejamos La Bola del Mundo y el Cerro de
Valdemartín y la subida a las Cabezas de Hierro.
Las nubes se esfuerzan por remarcarnos la sierra de Ayón que
aparece al fondo en el horizonte.
Tras la correspondiente caminata llegamos a la explanada de Cinco
Lagunas y la laguna de Los Claveles.
Es el momento de tratar de dibujar en las paredes las líneas
que dibujamos en los mapas.
Pero no terminamos de verlo claro, buscamos un corredor muy
estrecho pero no aparece.
Decidimos subir a buscarlo, hemos visto subir bastante gente
y algo tiene que haber.
Ya desde más arriba descubrimos nuestro tesoro, el “Tubo
encajonado”
Las nubes continuaban robándole importancia a nuestra
aventura, querían ser protagonistas a toda costa.
La aproximación al plató donde se rodaría la escena
principal fue preciosa, estas laderas de Peñalara son muy recomendables.
Yo me acerqué a la taquilla a pillar entrada, que había
cola.
Desde aquí hacia las lagunas se aprecia lo que hemos subido.
Por fin nos llegó el turno, ya nos estábamos quedando fríos.
Para ser fiel al nombre es encajonado, tanto que desde la
reunión la entrada se adivina, no se ve.
El primer tramo es todo hielo y en ningún momento nos vemos,
así que nos perdimos hacer fotos, lo salvamos con dos tornillos.
Llegando a la primera reunión.
El segundo largo es bastante sencillo, el desnivel afloja
mucho.
El único tramo complejo es la salida por la arista final.
Arriba montamos otra reunión para asegurar la retirada.
Llegando a la cornisa final.
La salida del Tubo.
Desde la salida la cima de Peñalara ya está muy cerca.
Sobre el Tubo la cima del Risco de Los Claveles.
En la cima hacía mucho frío, compensado con creces por el
placer de haber hecho esto de nuevo juntos.
Cuando comenzamos a bajar, las nubes continuaban su papel,
pero ya no podían robarnos nada, lo teníamos todo.
Como tantas veces en la cima hacía mucho frío y Castilla
abajo estaba tranquila y en calma, tanto que bajo las nubes se divisaban perfectamente
las torres de la catedral de Segovia.
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