No había salido el sol, el Argualas y el Garmo Negro seguían
entre sueños, pero yo no quería perderme nada, el sábado tenía que ser intenso.
Quería ser testigo de cómo los primeros rayos de sol rozaban
con ternura los picos para instaurar el nuevo día, nuestro día, mientras la
cascada del Argualas se precipita hasta Panticosa.