Dicen que Correcillas es el pueblo más bonito de la
provincia de León, yo sólo me atrevo a decir que es otro de tantos rincones
maravillosos que conozco en esta tierra leonesa.
Caían cuatro gotas, todo olía a esa humedad del otoño que
tantos recuerdos me trae, y la niebla jugueteaba con la cumbre del Polvoredo…
Llevamos un mes saliendo a la montaña sin pillar un día que
nos permita disfrutar, hasta el grupo se resiente, pero la esperanza no.
Por la parte alta del pueblo sale un camino hacia el
cementerio que nos lleva a la entrada del valle de Santiago por el que
subiremos.
El principio es un buen camino que discurre entre algunos
robles y bastante matorral.
Más arriba se convierte en praderas de montaña, verdaderos
remansos de paz, para que disfrutemos los montañeros y las vacas.
Según ganamos altura cambiamos el verde por el blanco y nos
fuimos metiendo en las nubes que prometían arruinarnos de nuevo el día.
Al alcanzar el collado de Santiago decidimos parar a comer
el bocata en la esperanza de que el viento que se estaba levantando, levantara también
el telón de nubes que tapaba todo.
Poco a poco fueron apareciendo en escena el Cueto Carnero y
la antecima del pico Polvoredo.
En dirección hacia San Isidro el cielo dibujaba muy buenas
sensaciones.
Ya nada nos hacía pensar que no haríamos cumbre, así que con
el ánimo a tope nos pusimos de nuevo en camino.
El terreno se iba poniendo pindio, pero el mono de cumbre
mitigaba todas las fatigas.
Desde arriba el sol nos animaba.
En algunos momentos el tiempo ha sido muy generoso con
nosotros y nos ha regalado instantes de primavera.
Pero estamos en Diciembre y mientras remontábamos al sol y
con calor, ya se veía venir por detrás a la niebla.
En el siguiente fotograma ya era de nuevo el crudo invierno.
Alcanzamos la antecima con un frío de mil demonios.
La cumbre principal a pesar de estar
muy cerca, casi no se veía.
La niebla se empeñó en darle un
punto épico a nuestra cumbre.
El Pico Polvoredo sacó de entre
sus fríos la mejor alfombra y el cielo abrió una ventana para iluminar mi
llegada a la cumbre. Fue un instante maravilloso.
Al instante siguiente coronaban
mis compañeros de nuevo envueltos en la niebla, pero felices por estar en la
cumbre.
Otra ventana nos permitió hacer la
foto de cumbre con una sonrisa que disimula muy bien el frío que hacía.
Esperamos un poco a ver si volvía
a despejar para cobrarnos con las vistas el esfuerzo de la subida, pero
desistimos enseguida, hacía mucho frío, así que cogimos la arista y para abajo.
Descendimos muy deprisa para
librarnos del viento.
Debajo el valle de Santiago nos
espera con su apacible serenidad, al fondo Peña Galicia vigila El Curueño.
Continuamos descendiendo por la
arista hasta el Cueto Carnero.
A pesar del frío el día estaba
para “quererlo querer”, para querértelo llevar, para atreverte a soñar.
Mientras descendíamos por el valle nos fuimos mirando de reojo.
Abajo nos dejamos embelesar con
los últimos retazos del otoño.
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