Es difícil olvidarse del Curavacas, en la montaña palentina siempre
asoma por algún lugar para recordarte que está ahí.
Aunque cuando me voy acercando siempre siento mariposas en el
estómago, es impresionante, todo un coloso y está en nuestra montaña.
El día perecía que mejoraba, pero a medida que íbamos subiendo por
el arroyo Cabriles se fue torciendo y mientras sobre Las Huelgas y El Hospital
estaba el cielo azul.
En la cumbre se instalaban las nubes y de nuevo el Curavacas volvía
a cobrar ese aspecto de montaña misteriosa que la hace tan especial.
A la altura del collado del Hospital ya parecía invierno, aumentaba
la nieve y el sol abandonaba nuestra aventura.
La pedrera estaba realmente preciosa, parecía de película y nosotros
queríamos ser los actores, aún no sabíamos el papel… pero queríamos.
Nuestra intención era alguna de sus canales, pero la nieve no estaba
lo bastante transformada para verlo claro y decidimos subir por el Callejo
Grande.
Un grupo de cuatro montañeros subían por la Y, yo mantuve el pulso
con Dani para no seguirles, ni las condiciones, ni el material que llevábamos me parecían adecuados.
Para matar el gusanillo se metió por todos los rincones que encontró.
La verdad es que no le gustan los caminos fáciles y le cuesta
esperar, pero vale la pena, una buena canal se merece unas buenas condiciones
para ser total.
El paso hacia la Llana era otro cantar, con nieve más dura es mucho más
seguro, pero según estaba había que poner mucha atención.
No hay que precipitarse, la prisa es el peor compañero.
El tobogán que dejamos a nuestras espaldas es de los que no hay que
bajar.
Desde la Llana las vistas son geniales, pero esta vez con el velo de
la niebla apenas se veía la cumbre Oeste y la Aguja del Pastel.
Algún rato incluso se vio el Pozo del Curavacas.
La cumbre estaba preciosa, excepcional, con el vestido blanco de las
grandes ocasiones.
Yo totalmente feliz de estar de estar allí con Dani.
Dani a pesar de que no hemos subido por donde queríamos, creo que
también.
Descendimos un poco hacia el Pico Medio, para ver si veíamos a los
que subían por la Y, pero no les vimos, pensamos que se habrían vuelto.
La cumbre desde el otro lado, igual de guapa o más…
Como esta gente no aparecía decidimos descender, la bajada de la
Llana es algo más complicada que la subida, hay que prestar mas atención.
La nieve estaba demasiado blanda y tenías que asegurar cada
movimiento con mucho cuidado, buscando con el piolet entre la piedra un seguro.
Visto así parece llano, pero Dani seguro que está pensando otra cosa…
La puerta hacia el Callejo Grande está abierta, así que a por el.
Desde arriba lo poco que se veía era impresionante, en la parte alta
había mucha nieve.
Cuando descendimos lo mas pindio, nos paramos a comer, estaba
nevando, pero hacía poco frio para nuestro gusto. No llega esto bien a Navidad
como no cambie.
Por detrás oímos que bajaban los cuatro que faltaban, ya estábamos
todos. Los doce que hicimos cumbre de regreso.
Luego bajamos tranquilos de charleta con ganas de tomar unas cervezas
en ese pedazo bar de Vidrieros. Siempre acogedor.
Cuando nos íbamos en dirección a Cardaño, para ver la nieve que
tenía el Espigüete, paramos en Triollo a disfrutar de esta vista, el condenado
se había despejado en cuanto nos alejamos. Vamos a pensar que es algo personal…
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