Estar enamorado de las montañas es una locura, basta que
digan que está nevando, para que se me disparen las endorfinas y en vez de
quedarme en la cama, salga corriendo a su encuentro, para fundirme en un abrazo
con ella y demostrarla que la quiero.
No me quiero olvidar de esos campeones que se suben en las
quitanieves y hacen posible nuestro encuentro, si ellos no allanan los caminos,
sería mucho más difícil.
El embalse de Riaño ya está lleno y con ese color tan característico
de los días con nieve. El Gilbo envuelto en misterio, como casi siempre.
Nos costó meter los coches hasta Horcadas, había nevado
mucho por la noche y a esas horas aun no les había dado tiempo a quitarla.
Pero el pueblo tenía una estampa preciosa, con sabor a Navidad.
El día estaba bien bonito para las previsiones que habían
dado y nosotros como siempre, dispuestos para aprovecharlo.
En el pueblo había más de veinte centímetros de nieve, ya
era mejor andar con raquetas que sin ellas.
En cuanto salimos del pueblo ya tenemos al Gilbo en el punto
de mira.
Luego nos metemos dentro del bosque.
Estos bosques siempre son preciosos, pero con una nevada
como la que tenían son indescriptibles, parece que estás caminando por el
interior de un sueño, cada pequeño detalle es un mundo.
La fuente de Las Vallejas casi la tapa la nieve.
Una vez que salimos del bosque la cantidad de nieve aumenta
mucho.
Estaba tan bonito que casi daba pena pisarlo.
El Gilbo con el traje blanco esta majestuoso.
Era casi obligatorio parar a almorzar bajo el viejo roble aquel…
Y reponer fuerzas con el vino de cariñena, que hace
milagros.
Repuestas las fuerzas volvemos a darle a las raquetas para
abrir huella.
Y buscamos las zonas donde el viento no ha dejado parar la
nieve para ganar altura.
En presencia de Peña Vallarque o La Peñica, nos alzamos al
collado que nos da paso a la cara norte.
En la cara norte nos cuesta mucho progresar, demasiada nieve
polvo para este terreno.
Hasta que nos encontramos esta pala de nieve polvo y muy
venteada que tiene un espesor de dos metros, ni con raquetas hubo forma de
atacarla, la cosa se puso seria y no queríamos pelea.
Habíamos venido a disfrutar y por consenso decidimos que nos
dábamos la vuelta.
Desandamos la senda, ahora ya con huella…
Nos despedimos del Cueto Cabrón.
Y por el collado volvimos a la cara sur.
Para perdernos de nuevo por el bosque.
Y jugar con la nieve como críos.
Es lo que tocaba hoy, pasárselo bien, cuando la montaña no
está para flores, las flores somos nosotros.
Y a una hora prudente descendimos a Horcadas.
Los montañeros estamos preparados para soportar mucho frío.
Pero también sabemos dónde
encontrar calorcito.
Hoy la
cumbre estuvo a cubierto, pero fue épica.
No siempre la cumbre es lo mejor, Goyo. Estupenda entrada. Un saludo
ResponderEliminarPracticando para el día 6, nos vemos pronto.
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