Nos recibe el embalse de Ruesga con la magia de la luz de la
mañana, con poquita agua, pero un ambiente en el que se respira la primavera a
tragos.
Comenzamos la ruta por la pista que bordea el embalse deleitándonos
con el paisaje que nos rodea.
Pronto la abandonamos y tomamos otra que nos mete de lleno
en el bosque, donde encontramos este chozo que invita al descanso.
Junto a él, este abrevadero de forma ovalada nada habitual por
estas tierras. Como dirían los modernos, es un abrevadero de “alta capacidad”
El bosque siempre evoca mis sentimientos, hoy me recordó que
unas madres se van, para dejar paso a otras que toman el relevo de la maravilla
de la vida.
La parte baja del bosque es una explosión de primavera que
cambia los ocres del invierno por todos los verdes que te imagines.
En la parte alta se ha producido una inversión, brotaron la
hayas con el buen tiempo y las heladas las han devuelto al otoño, parecía
mentira, pero ahí está.
Aquí se termina el camino y ya vamos caminando por el bosque
en busca de la arista.
La naturaleza siempre nos regala experiencias, de este haya
que se acaba, brota una rama con toda la fuerza para decir que esta boca es mía…
las heladas han abrasado sus nuevas hojas, pero seguro que volverá a brotar.
Escoltados por los nubarrones que venían por el Oeste
alcanzamos la arista.
La remontamos a caballo entre el valle Estrecho y el
valle de Tosande y nos dirigimos al Pico de la Celada.
Que nos recibe con muy buena cara hacia el Este.
Y con peor cara por el Oeste, sería la tónica de todo el
día, acompañada de viento en ocasiones frío.
Era una ruta suave de primavera, para no federados, pero
estábamos federados todos y tener este cordal delate nos hizo venirnos arriba.
Perdimos un poco de altura hacia Tosande para almorzar refugiados
del aire y luego nos metimos en faena.
Dejamos atrás el Pico de la Celada que era nuestro objetivo.
Para dirigirnos por un terreno muy cómodo hacia el Pico
Hoyovejas.
A lo lejos, Peñalabra cobija a Peña Abismo, bajo la sombra
de una nube.
Tenemos que descender un primer tramo de caliza.
Para llegar a una segunda cumbre.
Con una bajada más empinada y molona.
Que nos lleva a otro collado muy amplio.
Ya estamos sobre la Tejeda de Tosande, se aprecian los tejos
entre las hayas.
Recorremos otro tramo de arista y otro descenso, al fondo
tenemos el Pico de las Cruces.
Mirando atrás vemos esta cueva, La Cueva de “Diego Grande”
muchos dirán que no se llama así, pero para nosotros sí…
Luego transitamos por otro collado enorme, por el que da
gusto caminar.
Y coronamos el Pico de las Cruces.
Hacía un viento infernal y decidimos que por hoy valía, dejamos
el Pico Almonga para otra ocasión.
Comenzamos el descenso hacia los hayedos sobre Ruesga.
Para recordar las fantasías de los cuentos infantiles entre
los troncos retorcidos.
Para comprobar que aún caídos se puede continuar y seguir
dando frutos.
Para embriagarnos de las sensaciones de un bosque en
primavera.
Antes de abandonarle para descender por las praderas, una
pausa para intentar retener cada sonido, cada imagen, cada brizna de olor que
nos recuerde este momento.
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