La serenidad de la vida que se repliega amenaza por todas partes, la quietud se apodera del entusiasmo del verano para vencerlo, la paz vuelve como derrotada, pero exhibe victoriosa sus pendones de la belleza conquistada, porque sabe que es el germen del futuro.
Un sendero estrecho se adentra por un túnel de ramas, me dejo llevar, nunca las grandes autopistas me llevaron a los sueños más bonitos.
Algunos robles narran historias de hace muchos, muchos años…
Parecen majestuosas columnas sobre las que se sostiene la catedral más grande del mundo.
En los valles pequeñas praderas conquistadas por la mano del hombre para el ganado engrandecen el paisaje. Son las plazas del duomo.
La ganadería y la explotación de madera permiten que la vida de los lugareños continúe.
En medio del bosque me encontré con el fauno, dios de los bosques. Me dijo que me enseñaría sus dominios, y me juró que si a mi paso se notaba mi rastro me perseguiría en todos mis sueños.
Me llevó a la capilla de los acebos.
Que soporta una cúpula que no permite el paso de la luz.
Me enseñó la casa de las ninfas.
Y el bosque de los gnomos, en el que guardando mucho silencio se escucha su música.
En el otro extremo de la nave me mostró otra gran columna que soporta la impresionante bóveda.
Desde lo alto, sobre la capilla de los servales, contemple el paisaje que se funde con la bruma del otoño.
Y por un rosetón soportado por los robles, los chopos que se alzan desde las riberas.
Desde abajo se aprecia cómo filtran la luz que les tiñe de oro.
Me llevó a los viejos olivares.
Repletos de olivas preñadas de aceite.
Y me enseñó el lugar donde los árboles sueñan con los bosques.
Estuve en la frontera donde se encuentran los robles y los madroños.
El madroño tiene sus blancas flores en otoño.
Y a la vez tiene los preciosos frutos rojos de las flores del año anterior.
En los bordes del bosque los cerezos son más vulnerables y casi no tienen hojas.
Los castaños presentan los colores más bonitos.
Los viejos alcornoques muestran su grandeza y su porte misterioso.
Los lugareños también aprovechan el otoño para recolectar el corcho.
La variedad de vegetación y colorido en el bosque mediterráneo es espectacular.
El otoño lo ralentiza todo, descansan las cepas y a lo lejos en los pueblos, también la vida va más despacio, las chimeneas se encienden, las calles se vacían.
He pasado muchos días en contacto con el bosque disfrutando del otoño, tratando de adquirir esa serenidad, intentando aprender y al final me encontré con esto. Hay esperanza, incluso los corazones como el mío podrán ser reparados.
Luego un plácido camino me devolvió a la realidad.
Como le dijera Ángel González al Otoño:
Tú llegabas,
Y una amarilla paz de hojas caídas
reponía el silencio a tus espaldas.
magnigico entorno y precioso recorrido.Solo ver las fotos transmiten paz y sosiego.
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